jueves, 2 de octubre de 2008

Me marchare sin decir adiós.

Rayos de sol entran por los costados de las cortinas y alumbran los filos de la afeitadora. Con dificultad me pongo en pie y camino hacia el espejo; estoy cansado, muy cansado. Me pondré lo primero que encuentre, saldré a comprar un cigarrillo, el cielo se nubla, el sol se esconde tras una nube, y tú no respondes las llamadas. Parece ser temprano, no hay mucha gente ni autos a la vista. Tomare el camino largo, el callejón de la derecha. Al mirar sobre mi hombro izquierdo siento un golpe que me obliga a caer en mis rodillas, escuchaba fuertes gritos, nos les daba importancia. Cuando empezó un ardor incontrolable en mi cuello, no podía hablar, gritar ni respirar. Me mareaba más y mas, perdí el conocimiento un par de segundos y cuando reaccione nuevamente golpes en mis costillas y piernas, el ardor crecía constantemente. Al mirar hacia abajo, largos caminos de sangre bajaban por mis brazos hasta mis dedos y por la calle, sentía mi cabeza vacía, muy ligera.

Un momento el ardor paso, los golpes cesaron, y mis ojos finalmente, se cerraron.

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